martes, 20 de diciembre de 2016


                                 ¿Son o no son revelación?  




         A todas estas, por fin, ¿los sueños son o no son revelaciones? En el caso de José, ¿es o no es revelación? Si admitirlos que José no es la excepción sino la confirmación de la regla de la naturaleza, tendremos que afirmar igualmente que no es revelación, por lo menos de manera como se suele pensar en revelación. Pero admitir esa manera de pensar significa que estamos diciendo que José se autoengañó. Y nos metemos en serios problemas. Pero si enseguida añadimos que el sueño de José es parte de la solución de su situación concreta, ciertamente, estamos diciendo que fue la solución que su propia mente le manifestó. Dependía de él el realizar o no lo que le indicaba el sueño. Era su decisión. En todo caso, esta implícita la idea, entonces de que sí era una revelación personal. Se podría decir, entonces, que José era de por sí ya un gran psicólogo.
         Como desde el principio estamos inclinados a pensar que los sueños no son una enfermedad, ni enfermos los que sueñan, sino que es fruto de una continuación de la actividad psíquica del individuo, que asume a plenitud su vida, tenemos que afirmar, de igual manera, que los sueños son realmente nuestra propia revelación. Eso nos lleva a preguntarnos si los sueños tienen carácter de milagros y de profecías, como comúnmente se piensa. ¿Es un milagro el soñar? ¿O no es ningún milagro el que soñemos? El hecho es que soñamos. No cabe ni la menor duda.
         No está el problema en el soñar, sino en la interpretación de ese fenómeno totalmente natural. En atribuir a fuerzas extrañas y ocultas, e inclusive a fuerzas telepáticas u otras muchas manifestaciones paranormales, el hecho de un sueño en concreto. Esa manera de solucionar la manifestación de ese fenómeno hace que nos sintamos como poseídos por mundos que se nos escapan de las manos. Y el aporte de este trabajo consiste, precisamente, en hacer ver que no hay nada de anormal ni de extraño ni de extraterrestre en el hecho de soñar. ¿Por qué hacemos, entonces, un problema donde no lo hay? Tenemos que reconocer que lo desconocido lo hacemos ver muchas veces como misterio. Ciertamente, lo  es. Pero la tarea es escudriñarlo para conocerlo. Otros lo han hecho y lo estamos haciendo nosotros en este trabajo. Yo al indagar y arriesgarme a ello, y, usted, al leerlo. Y así a estas alturas de este libro usted todavía continúa significa que el tema le interesa y con toda seguridad terminará pensando distinto, si es que ya no lo está. Entonces, ya ha valido la pena el intento.
         Ahora bien. Como se trata de una frontera infranqueable, ¿tenemos que dejar esa dimensión del sueño al ocultismo y a todas esas fuerzas ocultas a lo parapsíquicos para que lo interpreten? Aquí esta precisamente el grave problema. Porque, por no enfrentar con naturalidad todo lo concerniente a nuestro cuerpo y mente, sin antagonismo y oposiciones, nos engañamos atribuyendo a fuerzas externas lo que es propio de la naturaleza humana. He ahí el problema. ¿Qué hacer? Reconciliarnos con nosotros mismos. No hay otra. Dejarnos de milagrerías y de credulidades y darle su debida importancia a la razón y a su uso. Sin  miedo ni falsos temores. Es decir, dejar de evadirnos a nosotros mismos y reconciliarnos con todo nuestro ser. ¿No está, acaso, todo bien, como nos dice el libro del Génesis? Y ¿no es la mente una realidad estrechamente unida a todo el ser humano, sin guerrearse ni enemistarse? ¿Por qué complicar lo que es sencillo? Tenemos que estar altamente agradecidos a todos aquellos valientes que han tenido la osadía de arriesgarse a romper fronteras de falsos misterios respecto al ser humano como tal.

         No podemos negar que los sueños son nuestra propia elaboración continuada de la vida diurna o de vigilia. Pues se trata de una actividad psíquica y no de un fenómeno extraordinario o fuera de lo natural.

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