A
todas estas, por fin, ¿los sueños son o no son revelaciones? En el caso de José,
¿es o no es revelación? Si admitirlos que José no es la excepción sino la confirmación
de la regla de la naturaleza, tendremos que afirmar igualmente que no es revelación,
por lo menos de manera como se suele pensar en revelación. Pero admitir esa
manera de pensar significa que estamos diciendo que José se autoengañó. Y nos
metemos en serios problemas. Pero si enseguida añadimos que el sueño de José es
parte de la solución de su situación concreta, ciertamente, estamos diciendo
que fue la solución que su propia mente le manifestó. Dependía de él el realizar
o no lo que le indicaba el sueño. Era su decisión. En todo caso, esta implícita
la idea, entonces de que sí era una revelación personal. Se podría decir, entonces, que José era de por sí ya un gran psicólogo.
Como desde el principio estamos inclinados
a pensar que los sueños no son una enfermedad, ni enfermos los que sueñan, sino
que es fruto de una continuación de la actividad psíquica del individuo, que
asume a plenitud su vida, tenemos que afirmar, de igual manera, que los sueños
son realmente nuestra propia revelación. Eso nos lleva a preguntarnos si los
sueños tienen carácter de milagros y de profecías, como comúnmente se piensa. ¿Es
un milagro el soñar? ¿O no es ningún milagro el que soñemos? El hecho es que
soñamos. No cabe ni la menor duda.
No está el problema en el soñar, sino
en la interpretación de ese fenómeno totalmente natural. En atribuir a fuerzas
extrañas y ocultas, e inclusive a fuerzas telepáticas u otras muchas
manifestaciones paranormales, el hecho de un sueño en concreto. Esa manera de solucionar
la manifestación de ese fenómeno hace que nos sintamos como poseídos por mundos
que se nos escapan de las manos. Y el aporte de este trabajo consiste,
precisamente, en hacer ver que no hay nada de anormal ni de extraño ni de
extraterrestre en el hecho de soñar. ¿Por qué hacemos, entonces, un problema donde
no lo hay? Tenemos que reconocer que lo desconocido lo hacemos ver muchas veces
como misterio. Ciertamente, lo es. Pero
la tarea es escudriñarlo para conocerlo. Otros lo han hecho y lo estamos
haciendo nosotros en este trabajo. Yo al indagar y arriesgarme a ello, y,
usted, al leerlo. Y así a estas alturas de este libro usted todavía continúa
significa que el tema le interesa y con toda seguridad terminará pensando
distinto, si es que ya no lo está. Entonces, ya ha valido la pena el intento.
Ahora bien. Como se trata de una
frontera infranqueable, ¿tenemos que dejar esa dimensión del sueño al ocultismo
y a todas esas fuerzas ocultas a lo parapsíquicos para que lo interpreten? Aquí
esta precisamente el grave problema. Porque, por no enfrentar con naturalidad
todo lo concerniente a nuestro cuerpo y mente, sin antagonismo y oposiciones,
nos engañamos atribuyendo a fuerzas externas lo que es propio de la naturaleza
humana. He ahí el problema. ¿Qué hacer? Reconciliarnos con nosotros mismos. No
hay otra. Dejarnos de milagrerías y de credulidades y darle su debida
importancia a la razón y a su uso. Sin
miedo ni falsos temores. Es decir, dejar de evadirnos a nosotros mismos
y reconciliarnos con todo nuestro ser. ¿No está, acaso, todo bien, como nos dice
el libro del Génesis? Y ¿no es la mente una realidad estrechamente unida a todo
el ser humano, sin guerrearse ni enemistarse? ¿Por qué complicar lo que es sencillo?
Tenemos que estar altamente agradecidos a todos aquellos valientes que han
tenido la osadía de arriesgarse a romper fronteras de falsos misterios respecto
al ser humano como tal.
No podemos negar que los sueños son
nuestra propia elaboración continuada de la vida diurna o de vigilia. Pues se
trata de una actividad psíquica y no de un fenómeno extraordinario o fuera de
lo natural.
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