Hace
un buen tiempo el predicador de turno de los retiros espirituales del clero de
la Diócesis de Barcelona, en su segundo día consecutivo, estaba hablando de la
obediencia de San José al plan de Dios. Al principio pareció ser que era una
estrategia metodológica para encuadrar la atención de los que estábamos
esperando los parámetros del guía espiritual de ese año. Pero como insistía en
la idea de que San José, el esposo de la Virgen María, había obedecido, casi en
parada firme la voluntad de Dios, así quería recalcar; entonces, un grupo de
los asistentes reaccionó en contra de la idea que procuraba trasmitir el predicador.
Entre los alegatos que se esgrimían
estaba que, si la vida de San José tenía alguna aplicación a nuestras vidas y
en la de cualquier persona, y tenía que tenerla, porque si no carece de sentido
las Sagradas Escrituras, entonces, esa presentación era muy espiritualista.
Al principio fue una intervención
tímida y atrevida del que se atrevió a levantar la mano para interrumpir el
silencio que debería reinar en la sala de charlas. Además, de ser un atrevimiento
desconsiderado el contradecir al predicador, sin contar el de despertar a la
mayoría. Doble falta, sin duda. Pero, la fidelidad a la Revelación exigía y
permitía semejante insolencia.
Es decir, si en la Biblia aparece
reseñado lo de San José, es porque tiene un valor universal para todo hombre. Y
alguna connotación existencial tiene que tener. No está allí por casualidad o
por salir del paso. Tampoco, para tomársela a la ligera. Y ya que el predicador
se había metido por esos caminos, había
que andarlos no a la deportiva, sino con todo lo que implicara. Aquí estaba la
sorpresa. No discuto que, tal vez, ese recurso le habría dado sus beneficios en
circunstancias parecidas. Esta vez, era evidente, que comenzaba a complicársele
las cosas, para mal rato suyo, y beneficio posterior de los oyentes.
En el receso no era otro el tema. Se improvisó
un pequeño grupo. Unos y otros alegaban con razones en mano. Y hasta se le
criticó al interventor el querer siempre llamar la atención y buscar ser el
centro de la fiesta. Ese comentario cayó muy mal porque no era para sabotear
nada, sino para sanear, más bien, lo que le había motivado a intervenir. Se
dividieron las opiniones. Y esto fue lo positivo, porque hubo que ir a la
fuente y comprobar que en algo el
supuesto saboteador tenía razón.
Después, en la siguiente sesión de la tarde,
siguieron intervenciones espontáneas respecto
al tema, apenas comenzada la charla programada. Esto obligaba, como era lógico
de la circunstancias, a que el predicador se desviara un poco de lo fijado de
antemano en su temario. Hubo que dedicarle más tiempo. Allí estuvo la riqueza y
el provecho del retiro.
El meollo de la cuestión era la duda de
San José. El predicador insistía que San José no había dudado. Imposible. Los
que le llevaban la contraria, pero no en el plano de agua-fiesta, sino en el de
la búsqueda, con texto en mano, por su parte, alegaban que San Mateo decía que
sí. De allí el sueño y la crisis de la decisión tomada por San José. Luego, no
había sido fácil, y mucho menos, tan fácil, para San José la situación y la
circunstancia en la que se hallaba. Datos y referencias y hasta la lectura en
público del texto citado. No había otra. El predicador tuvo que cambiar la tónica
de los retiros. No por ser más espiritual tenía que ser menos real. Todo lo
contrario. A mas real, mas teológico, y, por consiguiente, mas existencial. Las
Sagradas Escrituras estaban allí para comprobarlo y comprenderlo así. ¿No es,
acaso, la existencia un reafirmar la misma fe y credibilidad en la misma
existencia? ¿No es éste el gran aporte del, en un tiempo, tan polémico Teilhard
de Chardin, y quienes lo heredan como Kart Rahner y otros que ayudaron a ver la
reconciliación de lo creado con el Creador? Son dos realidades que no se niegan
ni se oponen.
Se trataba de puntos de vista diversos. Y de
enfoques. Allí estaba, precisamente, el temor o la riqueza del retiro
espiritual de ese año. Y, como yo me hallaba en el grupo de los que diferían
del predicador, respecto al tema concreto de San José, quedé, realmente interesado
y con la inquietud. Por eso quiero dedicarme a este trabajo, a adentrarme,
según mis propias posibilidades y limitaciones. Quiero indagar. Quiero
escudriñar. Buscar aportes y recogerlos para procesarlos y darlos. Quiero
dedicarme, sobre todo al por qué del sueño de José. Y, desde allí, preguntar
qué significa realmente la realidad del sueño en el ser humano. Me valdré de la
psicología, muy en especial del psicoanálisis. El libro de Sigmund Freud, La
Interpretación de los sueños, nos va a servir de referencia inicial.
Porque, pondremos como base de partida o palanca de soporte, el hecho de que si
aparece en las Sagradas Escrituras, es porque tiene una connotación universal,
para todos los hombres y de todos los tiempos. Daremos un salto, tal vez
cuantitativo. No me detendré en interpretaciones espiritualistas ni espiritualizadas
del sueño de José. Quizás esa manera sirva para “mociones inmediatas” para
mover a espiritualizar algunos momentos de la vida. Mi propósito va más allá.
Quiere ir al inconsciente y a sus recovecos, y para ello me valdré de los
aportes de gente arriesgada e inquieta. ¡Y gracias al cielo, que la hay!
De manera que el lector que busque en
este trabajo un apoyo para una novena o algo parecido puede y debe sentirse
decepcionado desde este momento. La motivación va más allá de esa frontera. Su
geografía será la mente, el sueño, como realidad onírica, y el inconsciente
como un gran instrumento. Porque, es curioso en el caso de San José, se da esa
gran realidad humana. Ya veremos. Y me darán la razón.
Me
atrevo a pensar que no perdió el tiempo el predicador de los retiros de ese
año. Porque este trabajo es fruto de esa inquietud.
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